Cuando una madre llora,
las lágrimas son ardientes,
son salobres y amargas.
Cuando el arrepentimiento
marca sus surcos,
nada puede consolarla,
solo pide a Dios piedad,
por las lágrimas que por su Hijo
derramó María.
Es tal el lazo que le une a sus hijos,
que no olvida siquiera, cuando
prendidos a sus senos
continuó dándoles vida.